XXXIII

Ir a ninguna parte, a un sitio cualquiera sin especificar, es muy sencillo. Sólo hay que escoger una zona al azar, vagabundear hasta encontrar un área de matorrales y árboles sometidos al asedio implacable de la civilización, isla de vegetación entre el cemento, atravesada por carreteras y autovías, bajo un cielo surcado por líneas de alta y baja tensión, rodeada de campos de cultivo dispersos. Sin pensarlo más, adentrarse en su interior; iniciar el ascenso por el primer camino que salga al paso, a los lados árboles secos derribados; no desfallecer, caminar sobre la tierra polvorienta y las rocas, hasta llegar a la cima de la colina. Panorama desolador sin un alma viviente. Ya estamos en ninguna parte, en lo desconocido, a la vez muy cerca de los núcleos habitados y tan lejos como es posible de los lugares localizados y registrados, un agujero negro en el mapa. Podría ser cualquier sitio; podríamos ser cualquiera. En la nada, sobre guijarros y maleza seca, en un paisaje desprovisto de interés, volvemos a ser nadie, libres de todo. Reposar. Tal vez morir. El cuerpo se apoya en un árbol torcido. Vuela una libélula por encima de los matojos. Mucho mejor que una avioneta. El sol cae durante el descenso. (►Ultimate Debris Region I.)