XLVIII

El día no empieza muy bien. Sale de casa por la mañana para dirigirse a las alturas; no será fácil. La caída es la condición necesaria del ascenso, la elevación empieza desde abajo. Un infierno tras otro forma la antesala del cielo. Mira a su alrededor como de costumbre. En un camino polvoriento transitado, que justo pasa por delante, observa un amasijo de mantas y plásticos, una especie de vertedero a escala reducida plantado en medio. Obstaculiza el paso de personas y coches. Movido por la curiosidad, como si fuera a contemplar el extraño cadáver de un monstruo, camina hacia el montón de desechos. A mitad del trayecto, se detiene. El monstruo está vivo; hay algo debajo de las mantas. Tiene brazos y piernas. Se agita mientras el viento mueve los plásticos. Tiene ojos. Lo mira. Esta noche algunos han dormido al raso. La miseria a las puertas de casa. Retrocede en dirección contraria para ir a tirar la basura. Dentro del contenedor, encima de las bolsas, una cría atigrada naranja de gato muerta. Un juez implacable dictaminó que no debía vivir más. Las vidas no valen todas lo mismo. Es la voz del verdugo. Sin duda costará levantar el día. También la muerte a las puertas de casa. Pasa por donde siempre. Alguien ha reducido a escombros un estanque que llevaba décadas en el lugar. El croar de las ranas molesta. No hay forma de hacerlas callar. No obedecen. Toma al fin el camino para ir a la cumbre de la montaña. Quiere estar solo. Elige subir por el barranco, un pedregal resbaladizo con escasa vegetación. Le gusta el contacto de las piedras. Las rocas miran con piedad y conmiseración el frágil cuerpo que se aferra a ellas. Somos inmortales, la imagen de la inmortalidad; él es sólo un mortal más, un ser vulnerable, perecedero. A pesar de su superioridad, tiemblan, se estremecen a su paso; saben por experiencia propia, a través de una sabiduría de milenios, que los seres débiles son los más peligrosos, los más desesperados. Capaces de inventar la dinamita que vuela en pedazos el mineral más duro. La roca está fría, el sol todavía no ha acelerado sus moléculas. Entre las rocas se agarra a un manojo de hierba; la calidez atraviesa su piel, contrasta con la frialdad de las piedras circundantes. El mundo es DIFERENCIA. El calor, la conservación de la temperatura, marca la diferencia entre la materia orgánica y la inorgánica, entre lo vivo y lo muerto. El bosque llega después. Lo que queda del bosque. Cuando sube por el sendero de pronunciada pendiente, agarrándose a troncos y matorrales, es como si fuera un general que pasa revista a unas tropas exhaustas, rodeadas por el enemigo, e intentara infundirles ánimo, algo de esperanza ante una situación desesperada. ¡Resistid! ¡Resistid! Llega por fin arriba. Justo a tiempo para contemplar lo que parece ser la escena culminante de toda una civilización, el mayor logro de una especie entera, la apoteosis del sentido. Un grupo de personas vestidas de colores chillones, con cámaras en la cabeza, se dan la mano y saltan al vacío. Un buen final si realmente fuera el fin. Es sólo un simulacro de caída. No saben hacer nada mejor. La roca prominente desde la que realizan el salto tiembla esta vez de risa. El resto de la semana están sentados en una oficina delante del ordenador. Un día tras otro. No saltan por la ventana porque no es un simulacro. El sol empieza a decaer. El ocaso señala el momento del descenso. Toma un camino diferente. Atraviesa una explanada llena de retamas de olor o ginestas. El perfume dulzón le envuelve. Sol rojo para flores amarillas. La situación se ha invertido, cambia de signo. Es un invitado recibido con ofrendas. Las plantas a centenares forman un arco de triunfo. Las oye con claridad a su paso. ¡Resiste! ¡Resiste! Lo mejor está por llegar. El paraíso está al final de la caída, una lenta desaceleración antes del momento del impacto. En medio de la nada, aparece de repente. El espejismo en el desierto. Varias casas en ruinas en la cima de una colina. Nadie. Por una característica perversión de este siglo, es un lugar más solitario que la mayoría de lugares abandonados, cúspides de cordilleras famosas o islas exóticas. No es un lugar turístico. Es un lugar real. Un verdadero oasis de vida. Pasa al lado de una especie de corral. Quizá es utilizado por algún pastor de la zona. Un barril de plástico azul tumbado encima de cascotes. Una gata tricolor le mira confiada desde su interior. Sale a saludarlo. Es la reina de las ruinas, la guardiana del oasis. No es una mascota ni un cliché edulcorado de gato. Es una superviviente, tiene la belleza de lo no domesticado. Sólo lo libre es bello. No hay belleza en los esclavos. Es cada vez más difícil encontrar personas libres; la gata es una pulsación de vida en estado puro, tiene más ganas de vivir que la humanidad entera. La alternativa latente de los hombres oscila entre la aniquilación o una lenta agonía, un aturdimiento nervioso organizado, escarabajo blando, color carne, que, tumbado boca arriba, agita las patas inútilmente. Acabar llevará su tiempo. En el interior de una de las casas, el suelo de la segunda planta se ha derrumbado justo por la mitad. El pasillo entre las habitaciones se ha convertido en un agujero sin fondo. Para cruzar este Rubicón particular, un tablón hace las veces de puente levadizo. El castillo de la pobreza guarda como tesoro un lecho miserable al otro lado del foso. Algo de ropa. Vida suspendida en el vacío; sueños al borde del abismo. Volverá. La gata mira. Los colores como parches forman el mapa del azar y la vida. Un enigma a descifrar. La geografía de lo desconocido. Naranja, negro, blanco. Volveremos a vernos. Se aleja mientras la gata le sigue con la mirada. La caída después de todo ha resultado luminosa, resplandores color fuego entre la oscuridad y la luz. La libertad es la única felicidad posible. Es el foso en llamas que hay que cruzar una y otra vez, sorteando el abismo, para reavivar la vida extinta que llevamos dentro. El calor lo es todo.

Caput succedaneum LXVI

XLVII

El que habita en lo alto tiene unas ideas muy claras acerca de cómo deben ser las cosas, no tolera el desorden y aborrece el caos, aunque existen serias de que esta tendencia al control sea una muestra de su capacidad de penetración intelectual, más bien al contrario, indica un pensamiento pobre en intuiciones, una lucidez limitada. Tanto es así que cuando VIO el mundo que había creado, le pareció bien, un error imperdonable, y no tuvo bastante que sumo a su necedad una nueva equivocación, un desvarío que significó la creación del hombre, a su imagen y semejanza, cumbre de la creación. De rodillas en el suelo, para no ser visto desde las ventanas, un hombre gris mira fascinado el desorden a su alrededor, y le parece bien, no es imagen de nada ni de nadie, sólo le gusta un mundo que no ha sido creado, fuera de control, y en cuanto que es increado. La criatura se he liberado del yugo del creador, incluido el propio hombre. A su derecha, la biblioteca miserable de CENICIENTA, pilas de libros y revistas; a su izquierda, observa una silla de madera finamente labrada junto a una mecedora. Están colocadas en la posición más antiestética y poco funcional imaginable: juntas y con el asiento de una pegado al respaldo de la otra. Es perfecto. No sirven para nada. No es posible sentarse en la silla ni balancearse en la mecedora. Es la imagen misma de la inutilidad y el sinsentido. El orden es una excepción momentánea. El sinsentido, la retirada del sentido, es la única cosa realmente singular que distingue al lugar abandonado, al ser que sufre (el) abandono. El mundo no es una obra de arte, ni falta que le hace, es mucho mejor, es la libertad en acción que no es posible prever de antemano, ni recrear según tópicos ni ideas preconcebidas, ni mejorar de ninguna manera. El mundo no tiene arreglo y por su propia naturaleza no debe tenerlo; de lo contrario se cumpliría el sueño del dios demente, que imaginó un mundo como mero escenario, plató o estudio fotográfico de dominio y control de su criatura favorita, afectada de la misma locura. Ser caprichoso para la que todo es un juguete, a veces arropado, otras roto en pedazos, según las oscilaciones típicas de amor y odio, condescendencia y frustración. Los seres enfermos son peligrosos. La enfermedad contemporánea es QUERER la imagen, y no las cosas, la representación, no lo real, ni tan sólo las personas; los poseídos por la imagen desprecian la vida como una monda que se tira a la basura nada más consumido el fruto. El nihilismo consumado es creerse mejor que el mundo que se VE; no merecen verlo, ni tan sólo habitarlo, deberían ser desterrados y condenados a un vacío eterno. La condena ya se ha ejecutado; abarca a la humanidad entera, que vive sin mundo en el que vivir. La GRACIA le ha sido negada. El infierno es la imagen sin realidad; el espejo del ciego. AQUÍ es diferente, está todo por ver. A sus pies, un libro sucio abierto, a un lado la página 62, al otro la portada. GOGO, EL PINGÜINO. Como no tiene nada mejor que hacer, acepta el ofrecimiento de la lectura. La frase empieza cortada. tentáis. Y sigue. 

tentáis robármelo, os picotearé muy fuerte. Os haré daño
Nob movió la cabeza.
- Ya temía que dijeras eso -replicó tristemente y se alejó seguido de Lulú.
Gogo irguióse cuan alto era y lanzó un trompetazo triunfal.
- ¿Verdad que soy un gran tipo? -preguntó a Penny.
Y ésta replicó
- Eres Gogo.

Era GOGO. Es el final. Si no es el final, no puede saberlo, porque no piensa tocar el libro ni levantarlo del suelo polvoriento. El fragmento vale por sí mismo y sólo es digno en cuanto fragmento, despojo y desecho. Se yergue sobre su propia falta de fundamento, sobre la ausencia de un dios garante y un hombre dominador. El polvo es la clave de bóveda de la catedral en ruinas. El mundo inmundo es el mejor de los mundos posibles. GOGO no es más que uno de ellos. ALEJANDRO MAGNO es otro. Así hasta el infinito.

XLVI

En las afueras, la realidad social, dominante, y, por lo tanto, abstracta, se desintegra, choca con lo real y pierde su coherencia, como un cultivo bacteriano que forma racimos en los bordes, hileras dispersas en contacto con la materia viva no infectada. Este no-lugar presenta la paradoja característica del RESIDUO: goza de una libertad privilegiada, por una calculada y precisa inaplicabilidad legal, abandono de la ley, y sufre la condena de ser un desecho arrojado a la periferia de las ciudades, resto inútil e improductivo. La ambigüedad del afuera, el balbuceo en los límites del tejido social, es un indicador fiable de la situación real, de los límites, las estrategias y los puntos débiles del dispositivo subjetivo de socialización y la maquinaria objetiva de edificación, del avance y retroceso del proyecto actual de la colmena humana. La única forma de recorrer el afuera es la errancia, el vagabundeo, empezar por cualquier parte y acabar dónde sea, apenas una ligera idea del recorrido a seguir, del radio del desplazamiento. Sobre todo no hay que tener objetivos. No los tiene. Empieza a andar desde la zona industrial a las orillas del río; las bolsas de plástico y otros desperdicios en los cañaverales señalan las crecidas de las aguas. La fábrica languidece en su agonía rodeada por alambradas; al fondo ruidos de máquinas y algunas figuras humanas. Observa sus lentos movimientos. Es difícil saber si están protegidos tras los muros o encerrados de por vida. Varios huertos. Atraviesa una explanada polvorienta llena de cascotes, marcas de ruedas de tractores; al fondo, en medio de la nada, una canción pegadiza inunda el patio de una empresa de reciclaje. Escucha con atención el réquiem de una civilización ajena a su destino, feliz en su ignorancia; la música suena como preludio del fin y seguirá sonando después, exactamente con el mismo entusiasmo, la misma alegría funesta. El desfile militar es el modelo de la canción de moda; la sangre corre cuando la banda deja de tocar. No hay aplausos. Ve una esvástica. HEIL KOMBAT reza en las paredes pintadas de colores. Sube por una cuesta de tierra gris, flanqueada por pinares agonizantes. Al lado de la vía del tren, casas tapiadas a conciencia, tumbas de cemento donde la vida no puede entrar ni salir. La seguridad de la muerte es preferible a la incertidumbre de la vida. Sigue el camino al lado de la carretera. Masías en ruinas en paralelo el estrépito de los coches; el pasado y el presente conviven sin saber nada el uno del otro. La velocidad es olvido. Las malas hierbas conquistan campos estériles, abandonados; hacen lo que tienen que hacer. Una antigua mansión convertida en establo; el estiércol llena los suelos. PROHIBIDO EL PASO. El cartel añade una curiosa aclaración, por si hubieran dudas. A TODAS LAS PERSONAS. Ha perdido de vista la ciudad. En una colina, los carteles anuncian un proyecto de repoblación forestal. Sólo pervive el anuncio. Árboles raquíticos, medio secos, de los que nadie se ha ocupado, forman un peculiar cementerio vegetal. Cruza la vía del tren. Baja campo a través entre los pinos y los matorrales. Las manos con arañazos. Llega a un riachuelo. Se supone que es una zona de recreo. Más carteles que intentan construir una imagen ideal a partir de un paisaje decadente. La mayoría cree lo que le dicen. Almacenes agrícolas cerrados con planchas metálicas de grandes dimensiones. La autovía se yergue sobre columnas de cemento; el tráfico pasa atronador hacia al túnel que perfora la montaña. Decide cerrar el arco de su recorrido e iniciar el regreso. Ya ha visto bastante. Puertas cerradas. Ventanas tapiadas. Nadie confía en nadie. Llega a la colina que domina la ciudad. Una masía de dos plantas calcinada como advertencia. El fuego llama al fuego; la ceniza a la ceniza. El incendio llegará a las puertas de la civilización. Debajo de unos árboles, una especie de manta sujeta con piedras; el hogar del que no pertenece a ninguna parte, casa sin techo ni paredes del errante desconocido. Basura y desperdicios. La belleza de la decadencia sólo existe en las pantallas. Bolsas vacías de alimento para perros. No hay vagabundo que en un momento u otro no una su destino a los animales. Tiene algo que contarles, tiene algo que escuchar, sobre todo tiene que pedir perdón en nombre de la misma humanidad que lo ha rechazado, tal como ha expulsado o exterminado a innumerables formas de vida. El solitario siempre VE más, siente más, porque la pobreza, el no tener nada, aumenta su umbral de sensibilidad hasta niveles casi dolorosos y es uno con todas las cosas. Todo le parece imperdonable. La pérdida de la sociedad representa ganar un mundo. Afuera es REAL. Entra en la ciudad. No hay cambios aparentes. El hastío de las personas por su vida es tan intenso, que sólo sueñan con su destrucción, no pueden imaginarse otro sentido que desaparecer; las pantallas se llenan periódicamente de ciudades arrasadas, humeantes, de imágenes del apocalipsis reales o ficticias, donde unos se devoran a otros la carne hasta los huesos. Es lo que quieren (ver). La supervivencia es el único valor. Se ven a sí mismos como actores en una película, supervivientes del desastre, los elegidos entre las ruinas, dueños de los escombros, rodeados de monstruos humanos en estado de descomposición. La muerte parece tener más sentido que la vida. No hay por qué preocuparse. Tendrán lo que quieren. Cada vez más el interior se parece al exterior, el afuera al adentro; la película se está convirtiendo en la única realidad. Acabarán muriendo del mismo modo que ahora hacen cola en el supermercado, con la misma normalidad y sin tiempo para darse cuenta de nada. Tan rápido y banal como un anuncio de publicidad. Cuestión de segundos. Camina agotado por la arteria principal de la ciudad de provincias. En una esquina, un pequeño gato maulla desesperado; sale de un edificio en obras a intervalos para pedir ayuda y vuelve a entrar cuando se asusta por las riadas de gente con bolsas. Está solo y hambriento; algo ha pasado con la madre. Está atrapado en una zona transitada. Ya es demasiado por hoy. No puede ser. Va a comprar comida en lata y agua para al menos mejorar su vida unos días. Se sienta en un banco de un parque para trocear bien el alimento. En ese instante, oye una débil voz. Hola, perdona... Está de espaldas, no sabe muy bien si ha oído algo en medio del ruido del tráfico. Hola, perdona, he de comprar una cosa y no tengo dinero, ¿no podrías darme algo? Por costumbre, responde que no lleva nada, casi sin levantar los ojos de las latas. Ella insiste con una educación extrema. Por favor, vuelve a mirar, he de comprar algo y no tengo nada. Ahora sí que la ve. Se le hace un nudo en la garganta. Es una niña. Si quisiera imaginar un arquetipo de niña sería como el que tiene delante. Una cara triste rodeada por largos cabellos. Es sólo una niña. Todavía no ha entrado en la categoría de mendigo que los demás inventan como signo de exclusión y que, por desgracia, el propio afectado acaba adoptando como propia. No interpreta ningún papel. Es como si de repente un día al salir de clase se encontrara que todo ha cambiado, pasara sin transición y de forma brutal del aula a la calle, de vivir sin preocupaciones a tener que pedir. La infancia se acabó. No puede ser. Le da lo poco que tiene. Conmovido, casi no oye cuando le da las gracias y se va. Acaba de preparar la comida para el gato a punto de desmoronarse; le tiemblan las manos. Cuando se dirige a la esquina donde lo ha visto, se vuelve a cruzar con la niña. Se saludan. Hola. Se miran. Sonríe. La mirada vale por una vida entera. Nunca olvidará esa sonrisa. Le vuelve a dar las gracias con timidez. No tenía por qué. Un relámpago de intimidad, esperanza y gratitud centellea entre los dos. El tiempo devorador se para; estallan los relojes. Están más cerca que millones de personas que pasan toda la vida juntos; vuelven a confiar en el otro, en los otros. Sigue adelante y llega al edificio en obras. Con cuidado, pasa la comida y agua por debajo de una valla de madera roja. No puede ver al gato. Oye un débil maullido. Eso ha sido un gracias. Ya es la segunda vez. Durante unos instantes, para el gato, la niña y para cualquiera vale la pena vivir en este mundo. Está bien ASÍ. No hay otro mandato ético. El infierno cierra las puertas. Basta una palabra para salvar al mundo. No es necesario arrasarlo. Aunque la mayoría parece dispuesta a destruirlo todo antes que confesar su debilidad y pronunciar una mera y simple palabra. El miedo domina las almas; la voluntad de poder las consume. La salvación es el otro; está afuera, al lado, o no está en ninguna parte. Mira a tu alrededor. Estás salvado. Regresa a casa esperanzado en no sabe muy bien qué. Mira a su alrededor. Está perdido. No es la primera vez. Caput tympani CIX

XLV

Se hace difícil creer, parece una broma de mal gusto, que el lugar abandonado, la ruina, el objeto de rechazo que nadie quiere ni cuida, se haya convertido en un lugar de promoción personal, una oportunidad para obtener beneficios o ascender en la escala social. En consonancia con el auge del aprovechamiento de los residuos y el reciclaje, los despojos y desechos de la sociedad aparecen como una suerte de escalera de podredumbre, de cuesta de la miseria, a cuyos pies combaten todo tipo de personas, no tan sólo los situados más abajo, para obtener una migaja del botín, carrera contra el tiempo para conseguir apoderarse de lo poco que queda, la basura que otros no quieren. El desperdicio, la escoria, es la nueva medalla que lucen tanto los desposeídos como los bien situados, en un afán de sacar provecho, obtener un reconocimiento que la sociedad exige, por uno u otro medio. Es un fenómeno sorprendente, de tono humorístico, querer ser alguien, recibir la aprobación de otros, a partir de lo que no vale nada, de la acumulación de detritos; no deja de ser una buena muestra del fondo de la cuestión, de la verdad que subyace a la escala de aceptación, éxito ilusorio, que asienta sus fundamentos en el lodo, se yergue a partir de la basura, capaz de todo y de aprovecharlo todo para ser el sujeto que todos reconocen. El sujeto sin valores se apodera de lo que no tiene valor; a estos efectos, la captura de imágenes se parece más a un acto de rapiña que cualquier otra cosa, con el agravante que no se presenta como tal, sino bajo el disfraz creativo, la pátina artística, para los que todavía creen en el arte como producción de estereotipos. El fotógrafo de lugares abandonados es una especie en extinción, maldita; el tópico ha fagocitado la visión y el vidente, la presentación de las cosas, la gracia peculiar del mundo, ha quedado reducida a una representación. La pasividad sensible que caracteriza a la FOTOGRAFÍA, grabado de luz, se ha transformado en una actividad frenética de publicidad del sujeto que, para optimizar su función, aumentar las posibilidades de éxito, se dedica a COLOCAR cosas en lugar de VER cosas, con arreglo a estándares de composición. Como la imagen ya no es expresión de un punto de vista sino a la vez fin y un mero medio para poder situarse en el escalafón laboral o profesional, alcanzar cierta valoración, es mucho más fácil disponer el espacio y los objetos según lo estipulado que intentar encontrar algo que a lo mejor no aparece. Visión escolar del mundo, utilitaria, estandarizada, incapaz de ver y pensar a partir de su propia experiencia, precisamente porque el sujeto piensa en sí mismo antes que nada, por encima de todas las cosas, según lo que cree que los otros esperan de él; la puerilidad, la falta de atención al mundo, el desprecio a su manera de ser, provoca la esterilidad de la mirada. El MODELO previo mide el valor de la imagen, incluso la construye, según la lejanía o la cercanía a sus parámetros de evaluación. En realidad, la inmensa mayoría de las imágenes actuales no son sino copias con ligeras variantes, producidas en serie por millones de foto-trabajadores anónimos o destacados, en busca de un reconocimiento que, en la mayoría de los casos, nunca llegará, y en el resto tendrá un valor nulo. Una IMAGEN no tiene modelo ni puede tenerlo, es inmodelable, poco modélica; la única perfección que alcanza es la imperfección. Como en muchos otros ámbitos, el modelo está matando, sustituyendo a la cosa; la suplantación, la falsificación de la vida, el modelo como realidad de referencia, es el único valor que se promueve, incita y propaga. Es un suicidio productivo. A pesar de todo, el lugar abandonado tampoco tiene modelo, es justo la falta de modelo, aunque sólo pueda verlo aquel que deja a la entrada, en el umbral del abandono, sus pertenencias, la máscara social, esto es, la persona. No es una visión para sujetos de reconocimiento, es una visión impersonal, presubjetiva y, sin embargo, distinta, plenamente singular. Habrá que verlo.
Caput retis XXV   / ► Caput belli XXVII

XLIV

En principio, adentrarse en un lugar abandonado, preferiblemente sin conocimiento previo, tiene por sentido dejar de ser el que somos, librarse del sujeto, de estar sujeto y, por tanto, acabar con la segunda persona del plural, la pantalla social, la red de generalidades objetivas y subjetivas, el modelado continuo e inadvertido de identidades, coágulo de imágenes y pensamientos, clausura vital. El visitante del abandono, desde el momento que entra, ya no puede decir YO ni hablar, ver ni pensar en nombre del NOSOTROS. No representa nada ni es representante de nadie. Desde esta perspectiva, la protoexploración, la exploración primordial y metafísica, es un acto de libertad, un acto libre dentro de ciertos límites; un ejercicio de exposición, y una experiencia (de lo) singular. Es un acto libre porque no está regulado ni sujeto a control, no hay rutas preasignadas ni paradas obligadas, el visitante es libre de ver lo que quiera, según la libertad que le ofrece el propio lugar. El operador de exploración no necesita el permiso ni el beneplácito de ninguna instancia, persona física o jurídica. VE allá donde llegan sus ojos. Es una exposición porque el individuo se expone, queda expuesto al mundo sin ninguna protección, sin la seguridad y la vigilancia de la red social. Está solo, no puede pedir ayuda ni confiar en recibirla, abandonado a su suerte en el abandono. Corre el peligro y los placeres prohibidos de la soledad. Y es una experiencia singular, de la singularidad, porque se enfrenta a lo desconocido, a un espacio animado, cambiante, con mil caras, que le espera a cada paso, a cada recodo del pasillo, en cada puerta. Estos tres gradientes que miden la intensidad de la exploración son fáciles de desvirtuar, de anular, de tal modo que conviertan la actividad en un sucedáneo, un ersatz, un hacer que se hace algo sin hacerlo en realidad, una pantomima, registrada en imágenes, una etiqueta vacía de contenido. Las visitas con permiso es evidente que anulan, son el bloqueo in situ e instantáneo del acto libre y la exposición. El individuo acepta la tutela de un elemento ajeno, tal cual un museo, respetando cordones de seguridad y barreras de protección imaginarias, sigue las señales y las indicaciones pertinentes como el más obediente de los turistas. Todo está listo y preparado, incluso limpio. No ha de preocuparse por nada; la visita se desarrolla con tranquilidad. Está seguro. Es una caja de experiencia prefabricada. En lugar de asistir a la PRESENTACIÓN de un lugar asistimos a su REPRESENTACIÓN, alguien se ha esmerado en el cuidado, la disposición, orden y apariencia de las cosas. La pérdida de la libertad de visión corre pareja a la pérdida de libertad de presentación del lugar. El sujeto y el objeto han caído prisioneros de la misma trampa. Un prisionero nunca podrá abandonarse, nunca estará abandonado, siempre estará vigilado, encerrado, limitado por otro, por la voluntad de otro. Otro bloqueo es el grupo, que afecta por igual a la exposición como a la singularidad. Desde el instante que la soledad se pierde, el lugar podrá ser muchas cosas, pero a bien seguro no estará abandonado, será todo lo contrario, un lugar poblado, un lugar humano, con todas las miserias habituales, por circunstancial que sea la población. De forma automática, el sujeto hará lo mismo que haría en otra parte, sin importar el lugar en el que esté, se despertará en su interior el instinto gregario, el afán de reconocimiento por el colectivo. Intentará caer bien, ser aceptado, actuará en vez de existir. Añadirá a la representación del lugar su propia representación, su teatro interior de sombras y tinieblas, neurosis en curso. En sociedad siempre es así; en un lugar abandonado, en medio de las ruinas de la civilización, es en especial ridículo. Precisamente porque ser libre es estar expuesto, exponerse, estar expuesto a todo, sin otra protección que uno mismo, indefenso, el grupo y el permiso suministran una protección adicional, una seguridad, al precio de anular la libertad y provocar el embotamiento, la anulación de la percepción, en el mejor de los casos, la igualación de la experiencia según patrones e ideas compartidas. El colectivo paraliza, nivela y marca límites en la VISIÓN, y en repetidas ocasiones cuesta observar alguna diferencia entre las diferentes visiones. Miramos las imágenes. El tratamiento del tema, los centros de interés, encuadres, enfoque, composición, incluso el procesado, son semejantes, iguales hasta el punto de ser casi idénticos. Imágenes idénticas de los mismos sitios. No es una parodia. Podría serlo perfectamente. Cuesta creer que estemos hablando de lugares abandonados, la cuna de la singularidad. Es el efecto perverso del grupo. La indefensión, el miedo, la soledad, llevan al individuo, también y de forma más llamativa en un abandono, a reivindicarse como un YO reconocido por un NOSOTROS. Si tenemos en cuenta que entrar en un lugar abandonado pretende todo lo contrario, tendremos una medida muy precisa del nivel de despropósito y ceguera de la denominada exploración. El máximo de esta tendencia, el nivel imposible de superar, la desvirtuación completa, se alcanza cuando se crea un nuevo colectivo, una familiaridad donde reconocerse y ser lo mismo: urbex.

XLIII

La imagen de Cenicienta, lugar alucinatorio, rebobina hacia atrás. Unos instantes hacia el pasado. Vuelve a mirar el libro colgante, deshilachado en los bordes. No toca nada. Sólo mira. El éxtasis no tiene por qué ser complicado. Y mira según cómo quiere ser visto el lugar, lo que es posible ver, según se muestra, a partir de sus veladuras y presencias, la manera peculiar de exhibirse y ocultarse a cada momento. El lugar abandonado tiene sus deseos, presenta inclinaciones, decide cómo y hasta dónde quiere mostrarse, como si se tratara de una proyección de una película que tiene como condición a priori una serie de decisiones sobre el material a escoger, las escenas suprimidas o elegidas, las elipsis, la duración del metraje. Es la PRESENTACIÓN. Debe respetarla. Tocar de forma grosera, manosear o rebuscar delata a los seres ávidos y vulgares. El lugar abandonado es un agente pasivo revelador, funciona como una prueba que manifiesta la verdadera naturaleza de los sujetos y sus deseos más ocultos. El afán de posesión, la idea fija de la propiedad, el síndrome vis¡ble del propietario, es lo primero que sale a la luz. Hay costumbres que no se olvidan fácilmente. Basta con ver ciertas miradas, observar determinados comportamientos. Incluso en un lugar abandonado, el sujeto busca el provecho en las ruinas, se comporta con la avidez acostumbrada, no puede evitar contemplar los despojos y desechos de otros como una manera de aumentar sus posesiones imaginarias, ya sean de prestigio personal, económicas o fetichistas. No son animales hambrientos que hurgan en un montón de basura, entre los chillidos de las gaviotas, pero se comportan igual sin motivo. El MUNDO como mucho pide ser acariciado con la mirada y el tacto, apenas rozado, quizá escuchado con atención, nunca tocado bruscamente ni manipulado sin contemplaciones. La delicadeza es necesaria en todo. El maltrato también existe en el reino de los objetos. Las cosas son (en) el mismo mundo que somos nosotros. No hay otro mundo. Maltratar una cosa, no tratarla con la atención que se merece, es maltratarse a sí mismo. La forma de tratar a los objetos y seres, el trato con el mundo, es un reflejo, una imagen del trato que uno se da a sí mismo, también cómo se desprecia, el odio que acumula. Tanto odia el mundo como se odia a sí mismo. Puede verse. Lo comprueba a diario. Este rechazo pasa por alto, desatiende la señal primigenia: algo que mira desde la cosa coincide con la mirada de alguien sobre ella. La visión es un cruce de miradas, una encrucijada, manifiesta un punto de encuentro, un mutuo reconocimiento, una muestra de entrega y aprecio. Es imposible mirar aquello que se odia, también lo que se anhela poseer. Hay un DESEO del lugar abandonado que hay que respetar, una forma de ser y de estar, de mostrarse, de darse a conocer. Es ASÍ, y no de otra manera. Mira de nuevo el libro colgando. Está ahí tal cual quedó, abierto por una página al azar, destripado, en una posición cualquiera. Amarillea con el paso del tiempo. Se exhibe tal cual sin más, sin motivo aparente, no ha sido pensado para SER VISTO, permanece inmóvil ajeno a toda planificación o predeterminación, irreductible a todo modelo. Nada ni nadie podía prever esta imagen real antes de verla. Dios el que menos, el hombre como supuesta imagen de Dios tampoco. Habría que ser poco perspicaz, acumular dosis notables de vanidad y soberbia, para creerse capaz de hacer las cosas mejor que el mundo, considerar que una idea previa de cómo han de ser las cosas superará a los innumerables factores al azar que se expresan en una imagen cualquiera, por miserable que sea. Dios es un error en todas partes, más todavía en un abandono. La única naturaleza que distingue al lugar abandonado respecto a los lugares habitados, siempre supervisados, bajo el control de una directriz humana que tiende a un fin, es el ASÍ, ser así, la contingencia radical de una lugar que se presenta, tiene a bien exhibirse de una manera cualquiera, más allá o más acá de todo cálculo, que muestra su verdadero carácter, el potencial oculto, la potencia de ser, hasta dónde puede llegar a ser por sus propios medios. La VISIÓN que capta esta esencia gratuita, no premeditada e involuntaria del lugar abandonado puede considerarse afortunada, canta la gloria de un mundo irrevocable, penetra en el corazón de las cosas. Es la ley del abandono, su carta natal. La desafortunada intervención humana puede revertir el proceso. Un lugar que deje de regirse por esta ley no escrita, que ya no sea de cualquier manera porque el sujeto impone de nuevo su dominio, SU manera de hacer las cosas, deja de estar abandonado, se convierte en otra cosa, vuelve a entrar en el círculo humano, es objeto de proyectos, ídolos y fetiches. La reintegración destruye el encanto, borra la diferencia. El abandono como circo de tinieblas, experimento de laboratorio o estudio fotográfico donde jugar a ser dioses de cartón piedra, de rápida ignición y combustión. Este hecho pone de relieve la fragilidad de los lugares abandonados, que se esfuman en el aire, volutas de humo fugitivas, se funden en la mano poco cuidadosa, debido al calor, como los copos de nieve. Son frágiles; todos pueden verlos pero no todos los ven. Sólo puede verlos quien no busque verlos, quien no quiera atraparlos, utilizarlos ni sojuzgarlos. Exigen una mirada lateral, mirar de soslayo, al otro lado. Siempre están en el otro lado, justo donde no miramos. Liberar la mente de toda idea preconcebida. Los constructos mentales que son el origen de las edificaciones reales se derrumban con ellas, a la ruina material le sigue la ruina del modelo. En realidad, nada puede verse ni esperarse según la experiencia previa. No hay ni un solo modelo aplicable en un abandono, porque no hay nada modélico en lo contingente. Las categorías de lo general son inaplicables. El hombre como ser genérico, hecho de generalizaciones y supuestos, desaparece, abandona la escena. En un lugar abandonado, las cosas se presentan por sí mismas, sin mediaciones ni intermediarios. La COSA salvaje en estado puro levanta una mirada iluminadora, como el polvo se levanta del suelo, liberada de los planes y proyectos humanos, ya no está sometida a la utilidad ni existe de acuerdo a una función. No es siervo ni acata ninguna servidumbre. No sirve para nada ni para nadie. Es tal cual es en lugar de ser cómo debería ser, no reconoce el derecho a ninguna instancia a determinar el curso de su vida. Una cosa libre, una cosa cualquiera, hace LIBRE al sujeto que la contempla, le muestra el camino a seguir, la salida del túnel que él mismo ha construido. El mundo entero representa la lección. Es para nada; no es de nadie. Puede verlo. Está aquí; son así, tal cual son, así de singulares. Un mundo abandonado es un mundo liberado a sus propios deseos. Es lo que quiere ser.

XLII

Un lugar abandonado es y no es un LUGAR, porque desde el momento que sufre el abandono ya no es lo que era, queda aparte, apartado, desconectado del curso de la historia, entra en una nueva esfera, en otro mundo; como si hubiera sido borrado del mapa, cambia de naturaleza. Cenicienta es y no es el NOMBRE de un lugar, a la vez un cuento y un espacio físico, se mueve entre el sueño y la realidad, la alusión y la certeza, en un escenario cubierto de polvo y cenizas. Ahora está dentro. Permanece en cuclillas en la alcoba, al lado de la cama, bajo el dosel rojo. Podría pasar años captando imágenes para hacer justicia a una habitación de pocos metros cuadrados. Contempla en silencio, inmóvil, el cuadro de la epifanía de los Reyes Magos, un poco ladeada, que reposa en una silla tapizada de amarillo; deja pasar el tiempo, no hay prisa. Estar a la altura de la singularidad de este lugar, aparte de una forma extrema de atención, de deferencia ante lo que nos supera, era una manera de aproximarse a su infinita gama de detalles. Se conformaría con que los estados de su alma se acercasen en una milésima parte al baño de sensaciones que recibía. Una imagen debe hacernos mejores, es aquello que mejora el alma, afina la percepción y el pensamiento, amplía los horizontes del conocer, suscita sentimientos que no sabíamos que existían. El que sale después de la visión debe ser mejor que el que entra. Decide salir. Camina despacio en dirección a la biblioteca de Cenicienta. En realidad no es una biblioteca. Se trata de un banco de madera rectangular, con el respaldo hecho de tableros macizos; los apoyaderos de los brazos tienen el borde lobulado y la parte frontal del asiento adopta una forma abierta de corazón, hoja aplastada. Las dimensiones son considerables. Más de tres metros cuadrados de madera, porque el respaldo es muy alto, más allá de donde se situaría la cabeza del ocupante ausente. Encima del asiento, hacia el fondo, cuatro hileras desordenadas de libros, revistas y ficheros; la hilera de la izquierda cae hacia un lado, mientras que el resto mantiene su verticalidad. Un póster enrollado corona la estructura de este amontonamiento; ha quedado atrapado por el peso de la pila superior de libros. El extraño no se mueve. Está sentado en el suelo. AD-11. Es el nombre que figura en el dorso de un fichero; entre dos bandas rojas también puede leer: NORMAS. PLANOS. MÉTODOS. Mira a la derecha del banco, hacia abajo, se fija en un Cristo hecho de recortes; reposa sobre tres cajas de cartón. Deja la descripción para otra vez. Frente a las columnas de libros en equilibrio inestable, las tripas de un libro deshilachado cuelgan del asiento. No cae al suelo; está sujeto por el peso de dos libros sin cubierta que tiene encima. Una pequeña nube de telarañas parte del libro de la parte superior, el más grueso, hacia los montones que tapizan el respaldo. El título del libro colgante. ALEJANDRO MAGNO. A continuación lee la primera página, la única que puede leerse sin tocar nada. Todo un período de la vida del pueblo griego lleva su nombre -época alejandrina- y las más bella ciudad del Mediterráneo oriental se denomina Alejandría, perpetuando su recuerdo. Sigue otro párrafo. Cuando pasen los siglos y la Humanidad quiera fabricarse un arquetipo del hombre perfecto, el ejemplo de un varón que sea a la vez culto y esforzado, el primero en las armas y en las letras, el nombre de Alejandro el Magno acude a todas las mentes porque reunía en sí las Armas y las Letras, la cultura que le dio Aristóteles y el coraje que aprendió de Filipo. No hay más texto. Cierra los ojos para descansar la vista. A sus pies, un libro abierto polvoriento. GOGO EL PINGÜINO. Por hoy es suficiente. No sabemos lo que ve. Se levanta despacio y sale hacia el corredor colindante. Verá lo que el lugar tenga que ofrecer. Nada más. La descripción se detiene.

XLI

Los accidentes, las guerras y los muertos constituyen la parte fundamental de las noticias, se consideran acontecimientos relevantes, algo digno de ver; no se trata de una visión pesimista del mundo ni de una pasión morbosa, al contrario, expresa un optimismo desesperado, una chispa de esperanza antes del apocalipsis. Como nadie cree en su propia vida ni mucho menos que pueda morir, se asiste a la vez incrédulo y esperanzado a la muerte de los otros, a una muerte que parece posible otra vez. Mirar cómo mueren, la imagen del sufrimiento, sustituye a una vida inexistente, moribunda, vale por toda una vida, representa una visión reconfortante. El Gran Bosque se lo tragó. Los reporteros acuden al lugar de los hechos dispuestos a dar cuenta del milagro: alguien ha vivido; alguien ha muerto. Todavía hay esperanza para los que no viven. Las vigas del restaurante abandonado cedieron cuando el chatarrero intentaba arrancarlas. Murió bajo los escombros, tal como se muere bajo las bombas que derriban edificios como si fueran de papel. Cerca del restaurante, una furgoneta destartalada; en la parte de atrás, una bombona de butano, algunos hierros, chatarra y poco más. Es el epitafio de su vida, su testamento y su herencia. También la de todos nosotros. El perímetro está rodeado por una cinta policial. Aprovechando el suceso, se emite una entrevista con otros chatarreros en plena faena. Enseñan a la cámara las heridas de guerra, las cicatrices de la batalla con el metal y los cascotes. Conocen el abandono en su propia carne. Mucho mejor que una fotografía.

XL

Dado cómo empezó todo, el punto de inicio, no ha habido ninguna sorpresa. Algunos lugares singulares han sido, y seguirán siendo, aniquilados espiritual y materialmente, en medio de grandes celebraciones, palabras solemnes y miradas turbias. Era previsible. En el origen estaba el germen de la destrucción, el huevo de la serpiente. Cabe decir que al menos ha funcionado como maniobra de distracción, un movimiento estratégico, cebo, carnaza para ganar tiempo y poner a salvo otros lugares. El tiempo es vital. Muchos llevan nombres femeninos, como la mayoría de huracanes, un cuento hecho realidad: Blancanieves, Cenicienta o La bella durmiente. Y esperan su momento. La infancia existe, es el hecho básico de la existencia. La fantasía y la realidad coinciden. Las oleadas de destrucción tienen diferentes grados. La última plaga que asola los lugares abandonados son las visitas con permiso o previo pago, turismo fotográfico de quien no quiere ensuciarse las manos, se cree demasiado bueno para ponerse a la altura del abandono, teme perder su posición ilusoria y su integridad. Compra lo que quiere ver y la seguridad de poder verlo. ÉL o ELLA no es así, de ningún modo. La condena por esta soberbia es en apariencia leve, pero decisiva: la ceguera; no VE nada desde allá arriba. El turista prefiere mirar la pantalla del móvil antes que los cuadros. Sólo quien está abandonado, se abandona sin dudarlo un momento, puede y debe experimentar (el) abandono. El único y verdadero explorador, si esta palabra tiene algún sentido, la única CONTEMPLACIÓN posible, es el inmigrante que acaba de llegar a una playa desconocida, exhausto, completamente desorientado, sentado en la arena y mirando al horizonte. Lo ve todo porque no tiene nada. ES y VE en la más alta expresión de la palabra. Nada que no alcance esta intensidad existencial merece la pena. Como nota positiva está el hecho de que estamos hablando de lugares, y no de animales o personas; estremece sólo de pensar los efectos de esta nube negra, humanidad embrutecida, que va de de un lugar a otro, sobre los seres vivos. Sería la caza o la guerra sin cuartel. Sangre en lugar de escombros. Incluso ahora, en más de un punto del planeta, es sangre con escombros, rojo sobre gris. Todavía no hemos llegado a esta fase. Es una suerte.