XLVII

El que habita en lo alto tiene unas ideas muy claras acerca de cómo deben ser las cosas, no tolera el desorden y aborrece el caos, aunque existen serias de que esta tendencia al control sea una muestra de su capacidad de penetración intelectual, más bien al contrario, indica un pensamiento pobre en intuiciones, una lucidez limitada. Tanto es así que cuando VIO el mundo que había creado, le pareció bien, un error imperdonable, y no tuvo bastante que sumo a su necedad una nueva equivocación, un desvarío que significó la creación del hombre, a su imagen y semejanza, cumbre de la creación. De rodillas en el suelo, para no ser visto desde las ventanas, un hombre gris mira fascinado el desorden a su alrededor, y le parece bien, no es imagen de nada ni de nadie, sólo le gusta un mundo que no ha sido creado, fuera de control, y en cuanto que es increado. La criatura se he liberado del yugo del creador, incluido el propio hombre. A su derecha, la biblioteca miserable de CENICIENTA, pilas de libros y revistas; a su izquierda, observa una silla de madera finamente labrada junto a una mecedora. Están colocadas en la posición más antiestética y poco funcional imaginable: juntas y con el asiento de una pegado al respaldo de la otra. Es perfecto. No sirven para nada. No es posible sentarse en la silla ni balancearse en la mecedora. Es la imagen misma de la inutilidad y el sinsentido. El orden es una excepción momentánea. El sinsentido, la retirada del sentido, es la única cosa realmente singular que distingue al lugar abandonado, al ser que sufre (el) abandono. El mundo no es una obra de arte, ni falta que le hace, es mucho mejor, es la libertad en acción que no es posible prever de antemano, ni recrear según tópicos ni ideas preconcebidas, ni mejorar de ninguna manera. El mundo no tiene arreglo y por su propia naturaleza no debe tenerlo; de lo contrario se cumpliría el sueño del dios demente, que imaginó un mundo como mero escenario, plató o estudio fotográfico de dominio y control de su criatura favorita, afectada de la misma locura. Ser caprichoso para la que todo es un juguete, a veces arropado, otras roto en pedazos, según las oscilaciones típicas de amor y odio, condescendencia y frustración. Los seres enfermos son peligrosos. La enfermedad contemporánea es QUERER la imagen, y no las cosas, la representación, no lo real, ni tan sólo las personas; los poseídos por la imagen desprecian la vida como una monda que se tira a la basura nada más consumido el fruto. El nihilismo consumado es creerse mejor que el mundo que se VE; no merecen verlo, ni tan sólo habitarlo, deberían ser desterrados y condenados a un vacío eterno. La condena ya se ha ejecutado; abarca a la humanidad entera, que vive sin mundo en el que vivir. La GRACIA le ha sido negada. El infierno es la imagen sin realidad; el espejo del ciego. AQUÍ es diferente, está todo por ver. A sus pies, un libro sucio abierto, a un lado la página 62, al otro la portada. GOGO, EL PINGÜINO. Como no tiene nada mejor que hacer, acepta el ofrecimiento de la lectura. La frase empieza cortada. tentáis. Y sigue. 

tentáis robármelo, os picotearé muy fuerte. Os haré daño
Nob movió la cabeza.
- Ya temía que dijeras eso -replicó tristemente y se alejó seguido de Lulú.
Gogo irguióse cuan alto era y lanzó un trompetazo triunfal.
- ¿Verdad que soy un gran tipo? -preguntó a Penny.
Y ésta replicó
- Eres Gogo.

Era GOGO. Es el final. Si no es el final, no puede saberlo, porque no piensa tocar el libro ni levantarlo del suelo polvoriento. El fragmento vale por sí mismo y sólo es digno en cuanto fragmento, despojo y desecho. Se yergue sobre su propia falta de fundamento, sobre la ausencia de un dios garante y un hombre dominador. El polvo es la clave de bóveda de la catedral en ruinas. El mundo inmundo es el mejor de los mundos posibles. GOGO no es más que uno de ellos. ALEJANDRO MAGNO es otro. Así hasta el infinito.

XLVI

En las afueras, la realidad social, dominante, y, por lo tanto, abstracta, se desintegra, choca con lo real y pierde su coherencia, como un cultivo bacteriano que forma racimos en los bordes, hileras dispersas en contacto con la materia viva no infectada. Este no-lugar presenta la paradoja característica del RESIDUO: goza de una libertad privilegiada, por una calculada y precisa inaplicabilidad legal, abandono de la ley, y sufre la condena de ser un desecho arrojado a la periferia de las ciudades, resto inútil e improductivo. La ambigüedad del afuera, el balbuceo en los límites del tejido social, es un indicador fiable de la situación real, de los límites, las estrategias y los puntos débiles del dispositivo subjetivo de socialización y la maquinaria objetiva de edificación, del avance y retroceso del proyecto actual de la colmena humana. La única forma de recorrer el afuera es la errancia, el vagabundeo, empezar por cualquier parte y acabar dónde sea, apenas una ligera idea del recorrido a seguir, del radio del desplazamiento. Sobre todo no hay que tener objetivos. No los tiene. Empieza a andar desde la zona industrial a las orillas del río; las bolsas de plástico y otros desperdicios en los cañaverales señalan las crecidas de las aguas. La fábrica languidece en su agonía rodeada por alambradas; al fondo ruidos de máquinas y algunas figuras humanas. Observa sus lentos movimientos. Es difícil saber si están protegidos tras los muros o encerrados de por vida. Varios huertos. Atraviesa una explanada polvorienta llena de cascotes, marcas de ruedas de tractores; al fondo, en medio de la nada, una canción pegadiza inunda el patio de una empresa de reciclaje. Escucha con atención el réquiem de una civilización ajena a su destino, feliz en su ignorancia; la música suena como preludio del fin y seguirá sonando después, exactamente con el mismo entusiasmo, la misma alegría funesta. El desfile militar es el modelo de la canción de moda; la sangre corre cuando la banda deja de tocar. No hay aplausos. Ve una esvástica. HEIL KOMBAT reza en las paredes pintadas de colores. Sube por una cuesta de tierra gris, flanqueada por pinares agonizantes. Al lado de la vía del tren, casas tapiadas a conciencia, tumbas de cemento donde la vida no puede entrar ni salir. La seguridad de la muerte es preferible a la incertidumbre de la vida. Sigue el camino al lado de la carretera. Masías en ruinas en paralelo el estrépito de los coches; el pasado y el presente conviven sin saber nada el uno del otro. La velocidad es olvido. Las malas hierbas conquistan campos estériles, abandonados; hacen lo que tienen que hacer. Una antigua mansión convertida en establo; el estiércol llena los suelos. PROHIBIDO EL PASO. El cartel añade una curiosa aclaración, por si hubieran dudas. A TODAS LAS PERSONAS. Ha perdido de vista la ciudad. En una colina, los carteles anuncian un proyecto de repoblación forestal. Sólo pervive el anuncio. Árboles raquíticos, medio secos, de los que nadie se ha ocupado, forman un peculiar cementerio vegetal. Cruza la vía del tren. Baja campo a través entre los pinos y los matorrales. Las manos con arañazos. Llega a un riachuelo. Se supone que es una zona de recreo. Más carteles que intentan construir una imagen ideal a partir de un paisaje decadente. La mayoría cree lo que le dicen. Almacenes agrícolas cerrados con planchas metálicas de grandes dimensiones. La autovía se yergue sobre columnas de cemento; el tráfico pasa atronador hacia al túnel que perfora la montaña. Decide cerrar el arco de su recorrido e iniciar el regreso. Ya ha visto bastante. Puertas cerradas. Ventanas tapiadas. Nadie confía en nadie. Llega a la colina que domina la ciudad. Una masía de dos plantas calcinada como advertencia. El fuego llama al fuego; la ceniza a la ceniza. El incendio llegará a las puertas de la civilización. Debajo de unos árboles, una especie de manta sujeta con piedras; el hogar del que no pertenece a ninguna parte, casa sin techo ni paredes del errante desconocido. Basura y desperdicios. La belleza de la decadencia sólo existe en las pantallas. Bolsas vacías de alimento para perros. No hay vagabundo que en un momento u otro no una su destino a los animales. Tiene algo que contarles, tiene algo que escuchar, sobre todo tiene que pedir perdón en nombre de la misma humanidad que lo ha rechazado, tal como ha expulsado o exterminado a innumerables formas de vida. El solitario siempre VE más, siente más, porque la pobreza, el no tener nada, aumenta su umbral de sensibilidad hasta niveles casi dolorosos y es uno con todas las cosas. Todo le parece imperdonable. La pérdida de la sociedad representa ganar un mundo. Afuera es REAL. Entra en la ciudad. No hay cambios aparentes. El hastío de las personas por su vida es tan intenso, que sólo sueñan con su destrucción, no pueden imaginarse otro sentido que desaparecer; las pantallas se llenan periódicamente de ciudades arrasadas, humeantes, de imágenes del apocalipsis reales o ficticias, donde unos se devoran a otros la carne hasta los huesos. Es lo que quieren (ver). La supervivencia es el único valor. Se ven a sí mismos como actores en una película, supervivientes del desastre, los elegidos entre las ruinas, dueños de los escombros, rodeados de monstruos humanos en estado de descomposición. La muerte parece tener más sentido que la vida. No hay por qué preocuparse. Tendrán lo que quieren. Cada vez más el interior se parece al exterior, el afuera al adentro; la película se está convirtiendo en la única realidad. Acabarán muriendo del mismo modo que ahora hacen cola en el supermercado, con la misma normalidad y sin tiempo para darse cuenta de nada. Tan rápido y banal como un anuncio de publicidad. Cuestión de segundos. Camina agotado por la arteria principal de la ciudad de provincias. En una esquina, un pequeño gato maulla desesperado; sale de un edificio en obras a intervalos para pedir ayuda y vuelve a entrar cuando se asusta por las riadas de gente con bolsas. Está solo y hambriento; algo ha pasado con la madre. Está atrapado en una zona transitada. Ya es demasiado por hoy. No puede ser. Va a comprar comida en lata y agua para al menos mejorar su vida unos días. Se sienta en un banco de un parque para trocear bien el alimento. En ese instante, oye una débil voz. Hola, perdona... Está de espaldas, no sabe muy bien si ha oído algo en medio del ruido del tráfico. Hola, perdona, he de comprar una cosa y no tengo dinero, ¿no podrías darme algo? Por costumbre, responde que no lleva nada, casi sin levantar los ojos de las latas. Ella insiste con una educación extrema. Por favor, vuelve a mirar, he de comprar algo y no tengo nada. Ahora sí que la ve. Se le hace un nudo en la garganta. Es una niña. Si quisiera imaginar un arquetipo de niña sería como el que tiene delante. Una cara triste rodeada por largos cabellos. Es sólo una niña. Todavía no ha entrado en la categoría de mendigo que los demás inventan como signo de exclusión y que, por desgracia, el propio afectado acaba adoptando como propia. No interpreta ningún papel. Es como si de repente un día al salir de clase se encontrara que todo ha cambiado, pasara sin transición y de forma brutal del aula a la calle, de vivir sin preocupaciones a tener que pedir. La infancia se acabó. No puede ser. Le da lo poco que tiene. Conmovido, casi no oye cuando le da las gracias y se va. Acaba de preparar la comida para el gato a punto de desmoronarse; le tiemblan las manos. Cuando se dirige a la esquina donde lo ha visto, se vuelve a cruzar con la niña. Se saludan. Hola. Se miran. Sonríe. La mirada vale por una vida entera. Nunca olvidará esa sonrisa. Le vuelve a dar las gracias con timidez. No tenía por qué. Un relámpago de intimidad, esperanza y gratitud centellea entre los dos. El tiempo devorador se para; estallan los relojes. Están más cerca que millones de personas que pasan toda la vida juntos; vuelven a confiar en el otro, en los otros. Sigue adelante y llega al edificio en obras. Con cuidado, pasa la comida y agua por debajo de una valla de madera roja. No puede ver al gato. Oye un débil maullido. Eso ha sido un gracias. Ya es la segunda vez. Durante unos instantes, para el gato, la niña y para cualquiera vale la pena vivir en este mundo. Está bien ASÍ. No hay otro mandato ético. El infierno cierra las puertas. Basta una palabra para salvar al mundo. No es necesario arrasarlo. Aunque la mayoría parece dispuesta a destruirlo todo antes que confesar su debilidad y pronunciar una mera y simple palabra. El miedo domina las almas; la voluntad de poder las consume. La salvación es el otro; está afuera, al lado, o no está en ninguna parte. Mira a tu alrededor. Estás salvado. Regresa a casa esperanzado en no sabe muy bien qué. Mira a su alrededor. Está perdido. No es la primera vez. Caput tympani CIX