XXVII

La exploración rhopográfica es una acción paradójica que tiene por fin la contemplación, el acto cuya finalidad es la inacción, el movimiento paroxístico que tiende al reposo. Como descripción sobre el terreno es un hacer, un ver y un hacer ver, desplazamiento que registra sus propios movimientos a medida que los efectúa. Acto a destiempo, fuera del tiempo, acto final que se desarrolla en un espacio vasto y desolado, regido por un tiempo puro, aislado y solitario. Explorar es ser en la única forma posible del (no)ser, intención vacía que se suma a la ausencia, el espacio ausente de sí mismo, abandonado, extraño para sí y los otros. Las esferas transparentes del actor y el escenario se comunican en el vacío.

XXVI

Las cosas insignificantes, residuales, liminales de este mundo no deben ser significadas ni manipuladas en su propio espacio; en esencia son inapropiables y no pueden ser objeto de posesión ni apropiación. Privado y público, propio y ajeno son categorías que no se aplican a lo insignificante. El castigo por la apropiación es la pérdida de la insignificancia y el nacimiento funesto de la propiedad. La mirada no debe querer que el mundo sea a su imagen y semejanza; en realidad, no debe querer nada, debe dejar que el mundo sea como quiere ser, esto es, de cualquier manera. La modificación del escenario, la puesta en escena, es una traición a lo visible, el paso decidido que cruza el umbral de la inocencia. La misión del ojo no es controlar, ejercer un dominio práctico sobre las cosas, sino ver y dejar ver lo que no puede controlar, lo incontrolable, imagen que escapa al propio aparato óptico. El reino de la infancia en la tierra es esta visión liberada, sin propiedades, de cosas y seres libres.