La imagen de Cenicienta, lugar alucinatorio, rebobina hacia atrás. Unos instantes hacia el pasado. Vuelve a mirar el libro colgante, deshilachado en los bordes. No toca nada. Sólo mira. El éxtasis no tiene por qué ser complicado. Y mira según cómo quiere ser visto el lugar, lo que es posible ver, según se muestra, a partir de sus veladuras y presencias, la manera peculiar de exhibirse y ocultarse a cada momento. El lugar abandonado tiene sus deseos, presenta inclinaciones, decide cómo y hasta dónde quiere mostrarse, como si se tratara de una proyección de una película que tiene como condición a priori una serie de decisiones sobre el material a escoger, las escenas suprimidas o elegidas, las elipsis, la duración del metraje. Es la PRESENTACIÓN. Debe respetarla. Tocar de forma grosera, manosear o rebuscar delata a los seres ávidos y vulgares. El lugar abandonado es un agente pasivo revelador, funciona como una prueba que manifiesta la verdadera naturaleza de los sujetos y sus deseos más ocultos. El afán de posesión, la idea fija de la propiedad, el síndrome vis¡ble del propietario, es lo primero que sale a la luz. Hay costumbres que no se olvidan fácilmente. Basta con ver ciertas miradas, observar determinados comportamientos. Incluso en un lugar abandonado, el sujeto busca el provecho en las ruinas, se comporta con la avidez acostumbrada, no puede evitar contemplar los despojos y desechos de otros como una manera de aumentar sus posesiones imaginarias, ya sean de prestigio personal, económicas o fetichistas. No son animales hambrientos que hurgan en un montón de basura, entre los chillidos de las gaviotas, pero se comportan igual sin motivo. El MUNDO como mucho pide ser acariciado con la mirada y el tacto, apenas rozado, quizá escuchado con atención, nunca tocado bruscamente ni manipulado sin contemplaciones. La delicadeza es necesaria en todo. El maltrato también existe en el reino de los objetos. Las cosas son (en) el mismo mundo que somos nosotros. No hay otro mundo. Maltratar una cosa, no tratarla con la atención que se merece, es maltratarse a sí mismo. La forma de tratar a los objetos y seres, el trato con el mundo, es un reflejo, una imagen del trato que uno se da a sí mismo, también cómo se desprecia, el odio que acumula. Tanto odia el mundo como se odia a sí mismo. Puede verse. Lo comprueba a diario. Este rechazo pasa por alto, desatiende la señal primigenia: algo que mira desde la cosa coincide con la mirada de alguien sobre ella. La visión es un cruce de miradas, una encrucijada, manifiesta un punto de encuentro, un mutuo reconocimiento, una muestra de entrega y aprecio. Es imposible mirar aquello que se odia, también lo que se anhela poseer. Hay un DESEO del lugar abandonado que hay que respetar, una forma de ser y de estar, de mostrarse, de darse a conocer. Es ASÍ, y no de otra manera. Mira de nuevo el libro colgando. Está ahí tal cual quedó, abierto por una página al azar, destripado, en una posición cualquiera. Amarillea con el paso del tiempo. Se exhibe tal cual sin más, sin motivo aparente, no ha sido pensado para SER VISTO, permanece inmóvil ajeno a toda planificación o predeterminación, irreductible a todo modelo. Nada ni nadie podía prever esta imagen real antes de verla. Dios el que menos, el hombre como supuesta imagen de Dios tampoco. Habría que ser poco perspicaz, acumular dosis notables de vanidad y soberbia, para creerse capaz de hacer las cosas mejor que el mundo, considerar que una idea previa de cómo han de ser las cosas superará a los innumerables factores al azar que se expresan en una imagen cualquiera, por miserable que sea. Dios es un error en todas partes, más todavía en un abandono. La única naturaleza que distingue al lugar abandonado respecto a los lugares habitados, siempre supervisados, bajo el control de una directriz humana que tiende a un fin, es el ASÍ, ser así, la contingencia radical de una lugar que se presenta, tiene a bien exhibirse de una manera cualquiera, más allá o más acá de todo cálculo, que muestra su verdadero carácter, el potencial oculto, la potencia de ser, hasta dónde puede llegar a ser por sus propios medios. La VISIÓN que capta esta esencia gratuita, no premeditada e involuntaria del lugar abandonado puede considerarse afortunada, canta la gloria de un mundo irrevocable, penetra en el corazón de las cosas. Es la ley del abandono, su carta natal. La desafortunada intervención humana puede revertir el proceso. Un lugar que deje de regirse por esta ley no escrita, que ya no sea de cualquier manera porque el sujeto impone de nuevo su dominio, SU manera de hacer las cosas, deja de estar abandonado, se convierte en otra cosa, vuelve a entrar en el círculo humano, es objeto de proyectos, ídolos y fetiches. La reintegración destruye el encanto, borra la diferencia. El abandono como circo de tinieblas, experimento de laboratorio o estudio fotográfico donde jugar a ser dioses de cartón piedra, de rápida ignición y combustión. Este hecho pone de relieve la fragilidad de los lugares abandonados, que se esfuman en el aire, volutas de humo fugitivas, se funden en la mano poco cuidadosa, debido al calor, como los copos de nieve. Son frágiles; todos pueden verlos pero no todos los ven. Sólo puede verlos quien no busque verlos, quien no quiera atraparlos, utilizarlos ni sojuzgarlos. Exigen una mirada lateral, mirar de soslayo, al otro lado. Siempre están en el otro lado, justo donde no miramos. Liberar la mente de toda idea preconcebida. Los constructos mentales que son el origen de las edificaciones reales se derrumban con ellas, a la ruina material le sigue la ruina del modelo. En realidad, nada puede verse ni esperarse según la experiencia previa. No hay ni un solo modelo aplicable en un abandono, porque no hay nada modélico en lo contingente. Las categorías de lo general son inaplicables. El hombre como ser genérico, hecho de generalizaciones y supuestos, desaparece, abandona la escena. En un lugar abandonado, las cosas se presentan por sí mismas, sin mediaciones ni intermediarios. La COSA salvaje en estado puro levanta una mirada iluminadora, como el polvo se levanta del suelo, liberada de los planes y proyectos humanos, ya no está sometida a la utilidad ni existe de acuerdo a una función. No es siervo ni acata ninguna servidumbre. No sirve para nada ni para nadie. Es tal cual es en lugar de ser cómo debería ser, no reconoce el derecho a ninguna instancia a determinar el curso de su vida. Una cosa libre, una cosa cualquiera, hace LIBRE al sujeto que la contempla, le muestra el camino a seguir, la salida del túnel que él mismo ha construido. El mundo entero representa la lección. Es para nada; no es de nadie. Puede verlo. Está aquí; son así, tal cual son, así de singulares. Un mundo abandonado es un mundo liberado a sus propios deseos. Es lo que quiere ser.
XLIII
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XLII
Un lugar abandonado es y no es un LUGAR, porque desde el momento que sufre el abandono ya no es lo que era, queda aparte, apartado, desconectado del curso de la historia, entra en una nueva esfera, en otro mundo; como si hubiera sido borrado del mapa, cambia de naturaleza. Cenicienta es y no es el NOMBRE de un lugar, a la vez un cuento y un espacio físico, se mueve entre el sueño y la realidad, la alusión y la certeza, en un escenario cubierto de polvo y cenizas. Ahora está dentro. Permanece en cuclillas en la alcoba, al lado de la cama, bajo el dosel rojo. Podría pasar años captando imágenes para hacer justicia a una habitación de pocos metros cuadrados. Contempla en silencio, inmóvil, el cuadro de la epifanía de los Reyes Magos, un poco ladeada, que reposa en una silla tapizada de amarillo; deja pasar el tiempo, no hay prisa. Estar a la altura de la singularidad de este lugar, aparte de una forma extrema de atención, de deferencia ante lo que nos supera, era una manera de aproximarse a su infinita gama de detalles. Se conformaría con que los estados de su alma se acercasen en una milésima parte al baño de sensaciones que recibía. Una imagen debe hacernos mejores, es aquello que mejora el alma, afina la percepción y el pensamiento, amplía los horizontes del conocer, suscita sentimientos que no sabíamos que existían. El que sale después de la visión debe ser mejor que el que entra. Decide salir. Camina despacio en dirección a la biblioteca de Cenicienta. En realidad no es una biblioteca. Se trata de un banco de madera rectangular, con el respaldo hecho de tableros macizos; los apoyaderos de los brazos tienen el borde lobulado y la parte frontal del asiento adopta una forma abierta de corazón, hoja aplastada. Las dimensiones son considerables. Más de tres metros cuadrados de madera, porque el respaldo es muy alto, más allá de donde se situaría la cabeza del ocupante ausente. Encima del asiento, hacia el fondo, cuatro hileras desordenadas de libros, revistas y ficheros; la hilera de la izquierda cae hacia un lado, mientras que el resto mantiene su verticalidad. Un póster enrollado corona la estructura de este amontonamiento; ha quedado atrapado por el peso de la pila superior de libros. El extraño no se mueve. Está sentado en el suelo. AD-11. Es el nombre que figura en el dorso de un fichero; entre dos bandas rojas también puede leer: NORMAS. PLANOS. MÉTODOS. Mira a la derecha del banco, hacia abajo, se fija en un Cristo hecho de recortes; reposa sobre tres cajas de cartón. Deja la descripción para otra vez. Frente a las columnas de libros en equilibrio inestable, las tripas de un libro deshilachado cuelgan del asiento. No cae al suelo; está sujeto por el peso de dos libros sin cubierta que tiene encima. Una pequeña nube de telarañas parte del libro de la parte superior, el más grueso, hacia los montones que tapizan el respaldo. El título del libro colgante. ALEJANDRO MAGNO. A continuación lee la primera página, la única que puede leerse sin tocar nada. Todo un período de la vida del pueblo griego lleva su nombre -época alejandrina- y las más bella ciudad del Mediterráneo oriental se denomina Alejandría, perpetuando su recuerdo. Sigue otro párrafo. Cuando pasen los siglos y la Humanidad quiera fabricarse un arquetipo del hombre perfecto, el ejemplo de un varón que sea a la vez culto y esforzado, el primero en las armas y en las letras, el nombre de Alejandro el Magno acude a todas las mentes porque reunía en sí las Armas y las Letras, la cultura que le dio Aristóteles y el coraje que aprendió de Filipo. No hay más texto. Cierra los ojos para descansar la vista. A sus pies, un libro abierto polvoriento. GOGO EL PINGÜINO. Por hoy es suficiente. No sabemos lo que ve. Se levanta despacio y sale hacia el corredor colindante. Verá lo que el lugar tenga que ofrecer. Nada más. La descripción se detiene.
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XLI
Los accidentes, las guerras y los muertos constituyen la parte fundamental de las noticias, se consideran acontecimientos relevantes, algo digno de ver; no se trata de una visión pesimista del mundo ni de una pasión morbosa, al contrario, expresa un optimismo desesperado, una chispa de esperanza antes del apocalipsis. Como nadie cree en su propia vida ni mucho menos que pueda morir, se asiste a la vez incrédulo y esperanzado a la muerte de los otros, a una muerte que parece posible otra vez. Mirar cómo mueren, la imagen del sufrimiento, sustituye a una vida inexistente, moribunda, vale por toda una vida, representa una visión reconfortante. El Gran Bosque se lo tragó. Los reporteros acuden al lugar de los hechos dispuestos a dar cuenta del milagro: alguien ha vivido; alguien ha muerto. Todavía hay esperanza para los que no viven. Las vigas del restaurante abandonado cedieron cuando el chatarrero intentaba arrancarlas. Murió bajo los escombros, tal como se muere bajo las bombas que derriban edificios como si fueran de papel. Cerca del restaurante, una furgoneta destartalada; en la parte de atrás, una bombona de butano, algunos hierros, chatarra y poco más. Es el epitafio de su vida, su testamento y su herencia. También la de todos nosotros. El perímetro está rodeado por una cinta policial. Aprovechando el suceso, se emite una entrevista con otros chatarreros en plena faena. Enseñan a la cámara las heridas de guerra, las cicatrices de la batalla con el metal y los cascotes. Conocen el abandono en su propia carne. Mucho mejor que una fotografía.
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XL
Dado cómo empezó todo, el punto de inicio, no ha habido ninguna sorpresa. Algunos lugares singulares han sido, y seguirán siendo, aniquilados espiritual y materialmente, en medio de grandes celebraciones, palabras solemnes y miradas turbias. Era previsible. En el origen estaba el germen de la destrucción, el huevo de la serpiente. Cabe decir que al menos ha funcionado como maniobra de distracción, un movimiento estratégico, cebo, carnaza para ganar tiempo y poner a salvo otros lugares. El tiempo es vital. Muchos llevan nombres femeninos, como la mayoría de huracanes, un cuento hecho realidad: Blancanieves, Cenicienta o La bella durmiente. Y esperan su momento. La infancia existe, es el hecho básico de la existencia. La fantasía y la realidad coinciden. Las oleadas de destrucción tienen diferentes grados. La última plaga que asola los lugares abandonados son las visitas con permiso o previo pago, turismo fotográfico de quien no quiere ensuciarse las manos, se cree demasiado bueno para ponerse a la altura del abandono, teme perder su posición ilusoria y su integridad. Compra lo que quiere ver y la seguridad de poder verlo. ÉL o ELLA no es así, de ningún modo. La condena por esta soberbia es en apariencia leve, pero decisiva: la ceguera; no VE nada desde allá arriba. El turista prefiere mirar la pantalla del móvil antes que los cuadros. Sólo quien está abandonado, se abandona sin dudarlo un momento, puede y debe experimentar (el) abandono. El único y verdadero explorador, si esta palabra tiene algún sentido, la única CONTEMPLACIÓN posible, es el inmigrante que acaba de llegar a una playa desconocida, exhausto, completamente desorientado, sentado en la arena y mirando al horizonte. Lo ve todo porque no tiene nada. ES y VE en la más alta expresión de la palabra. Nada que no alcance esta intensidad existencial merece la pena. Como nota positiva está el hecho de que estamos hablando de lugares, y no de animales o personas; estremece sólo de pensar los efectos de esta nube negra, humanidad embrutecida, que va de de un lugar a otro, sobre los seres vivos. Sería la caza o la guerra sin cuartel. Sangre en lugar de escombros. Incluso ahora, en más de un punto del planeta, es sangre con escombros, rojo sobre gris. Todavía no hemos llegado a esta fase. Es una suerte.
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