XLIII

La imagen de Cenicienta, lugar alucinatorio, rebobina hacia atrás. Unos instantes hacia el pasado. Vuelve a mirar el libro colgante, deshilachado en los bordes. No toca nada. Sólo mira. El éxtasis no tiene por qué ser complicado. Y mira según cómo quiere ser visto el lugar, lo que es posible ver, según se muestra, a partir de sus veladuras y presencias, la manera peculiar de exhibirse y ocultarse a cada momento. El lugar abandonado tiene sus deseos, presenta inclinaciones, decide cómo y hasta dónde quiere mostrarse, como si se tratara de una proyección de una película que tiene como condición a priori una serie de decisiones sobre el material a escoger, las escenas suprimidas o elegidas, las elipsis, la duración del metraje. Es la PRESENTACIÓN. Debe respetarla. Tocar de forma grosera, manosear o rebuscar delata a los seres ávidos y vulgares. El lugar abandonado es un agente pasivo revelador, funciona como una prueba que manifiesta la verdadera naturaleza de los sujetos y sus deseos más ocultos. El afán de posesión, la idea fija de la propiedad, el síndrome vis¡ble del propietario, es lo primero que sale a la luz. Hay costumbres que no se olvidan fácilmente. Basta con ver ciertas miradas, observar determinados comportamientos. Incluso en un lugar abandonado, el sujeto busca el provecho en las ruinas, se comporta con la avidez acostumbrada, no puede evitar contemplar los despojos y desechos de otros como una manera de aumentar sus posesiones imaginarias, ya sean de prestigio personal, económicas o fetichistas. No son animales hambrientos que hurgan en un montón de basura, entre los chillidos de las gaviotas, pero se comportan igual sin motivo. El MUNDO como mucho pide ser acariciado con la mirada y el tacto, apenas rozado, quizá escuchado con atención, nunca tocado bruscamente ni manipulado sin contemplaciones. La delicadeza es necesaria en todo. El maltrato también existe en el reino de los objetos. Las cosas son (en) el mismo mundo que somos nosotros. No hay otro mundo. Maltratar una cosa, no tratarla con la atención que se merece, es maltratarse a sí mismo. La forma de tratar a los objetos y seres, el trato con el mundo, es un reflejo, una imagen del trato que uno se da a sí mismo, también cómo se desprecia, el odio que acumula. Tanto odia el mundo como se odia a sí mismo. Puede verse. Lo comprueba a diario. Este rechazo pasa por alto, desatiende la señal primigenia: algo que mira desde la cosa coincide con la mirada de alguien sobre ella. La visión es un cruce de miradas, una encrucijada, manifiesta un punto de encuentro, un mutuo reconocimiento, una muestra de entrega y aprecio. Es imposible mirar aquello que se odia, también lo que se anhela poseer. Hay un DESEO del lugar abandonado que hay que respetar, una forma de ser y de estar, de mostrarse, de darse a conocer. Es ASÍ, y no de otra manera. Mira de nuevo el libro colgando. Está ahí tal cual quedó, abierto por una página al azar, destripado, en una posición cualquiera. Amarillea con el paso del tiempo. Se exhibe tal cual sin más, sin motivo aparente, no ha sido pensado para SER VISTO, permanece inmóvil ajeno a toda planificación o predeterminación, irreductible a todo modelo. Nada ni nadie podía prever esta imagen real antes de verla. Dios el que menos, el hombre como supuesta imagen de Dios tampoco. Habría que ser poco perspicaz, acumular dosis notables de vanidad y soberbia, para creerse capaz de hacer las cosas mejor que el mundo, considerar que una idea previa de cómo han de ser las cosas superará a los innumerables factores al azar que se expresan en una imagen cualquiera, por miserable que sea. Dios es un error en todas partes, más todavía en un abandono. La única naturaleza que distingue al lugar abandonado respecto a los lugares habitados, siempre supervisados, bajo el control de una directriz humana que tiende a un fin, es el ASÍ, ser así, la contingencia radical de una lugar que se presenta, tiene a bien exhibirse de una manera cualquiera, más allá o más acá de todo cálculo, que muestra su verdadero carácter, el potencial oculto, la potencia de ser, hasta dónde puede llegar a ser por sus propios medios. La VISIÓN que capta esta esencia gratuita, no premeditada e involuntaria del lugar abandonado puede considerarse afortunada, canta la gloria de un mundo irrevocable, penetra en el corazón de las cosas. Es la ley del abandono, su carta natal. La desafortunada intervención humana puede revertir el proceso. Un lugar que deje de regirse por esta ley no escrita, que ya no sea de cualquier manera porque el sujeto impone de nuevo su dominio, SU manera de hacer las cosas, deja de estar abandonado, se convierte en otra cosa, vuelve a entrar en el círculo humano, es objeto de proyectos, ídolos y fetiches. La reintegración destruye el encanto, borra la diferencia. El abandono como circo de tinieblas, experimento de laboratorio o estudio fotográfico donde jugar a ser dioses de cartón piedra, de rápida ignición y combustión. Este hecho pone de relieve la fragilidad de los lugares abandonados, que se esfuman en el aire, volutas de humo fugitivas, se funden en la mano poco cuidadosa, debido al calor, como los copos de nieve. Son frágiles; todos pueden verlos pero no todos los ven. Sólo puede verlos quien no busque verlos, quien no quiera atraparlos, utilizarlos ni sojuzgarlos. Exigen una mirada lateral, mirar de soslayo, al otro lado. Siempre están en el otro lado, justo donde no miramos. Liberar la mente de toda idea preconcebida. Los constructos mentales que son el origen de las edificaciones reales se derrumban con ellas, a la ruina material le sigue la ruina del modelo. En realidad, nada puede verse ni esperarse según la experiencia previa. No hay ni un solo modelo aplicable en un abandono, porque no hay nada modélico en lo contingente. Las categorías de lo general son inaplicables. El hombre como ser genérico, hecho de generalizaciones y supuestos, desaparece, abandona la escena. En un lugar abandonado, las cosas se presentan por sí mismas, sin mediaciones ni intermediarios. La COSA salvaje en estado puro levanta una mirada iluminadora, como el polvo se levanta del suelo, liberada de los planes y proyectos humanos, ya no está sometida a la utilidad ni existe de acuerdo a una función. No es siervo ni acata ninguna servidumbre. No sirve para nada ni para nadie. Es tal cual es en lugar de ser cómo debería ser, no reconoce el derecho a ninguna instancia a determinar el curso de su vida. Una cosa libre, una cosa cualquiera, hace LIBRE al sujeto que la contempla, le muestra el camino a seguir, la salida del túnel que él mismo ha construido. El mundo entero representa la lección. Es para nada; no es de nadie. Puede verlo. Está aquí; son así, tal cual son, así de singulares. Un mundo abandonado es un mundo liberado a sus propios deseos. Es lo que quiere ser.