Una de las muchas paradojas de la exploración de lugares abandonados y solitarios es que parece ir a la búsqueda de una experiencia bastante sorprendente: experimentar la vida no-humana en lo humano, en un entorno humano, como si se quisiera comprobar que incluso ahí, en el corazón de la industria y de la transformación del medio, en la cima de los logros de la técnica y la civilización, acaba por triunfar lo que supera y excede al hombre, la naturaleza y las fuerzas del tiempo como dimensiones terrestres e inhumanas. La inactividad, el cierre de los complejos industriales, transforma el gris dominante en toda una paleta de colores óxido, como si el espacio descubriera una faceta artística que desconocía y se dispusiera a recuperar el tiempo perdido. Nada funciona, pero alrededor todo bulle y está más vivo, es más vital que cualquier lugar habitado y a pleno funcionamiento; sin un plan preconcebido, el conjunto arquitectónico se dedica en cuerpo y alma a "crear", a recobrar una vitalidad, una fuerza desatada que invade y toma posesión del enclave.
XIV
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