XXXVII

Cae una suave luz dorada sobre el suelo de baldosas blancas y negras. Sobre el pavimento en tablero de damas, una bañera blanca erguida sobre sus pies marca el inicio de una extraña partida; los tubos del agua arrancados, óxido en el desagüe. Como si fuera la primera jugada de un movimiento largo tiempo estudiado, quizá deseado, se agacha para contemplar la escena de más cerca. Frente a la bañera observa una tarjeta de visita apoyada en la pared. En toda la habitación no hay nada más. Ningún otro mobiliario ni objeto. Lee el nombre que figura en la tarjeta. No puede creerlo. Conoce a esa persona. No llegó a hablar con él, pero sabía quién era y lo veía a menudo. Después dejó de verlo. Sólo sabía una cosa de su posterior vida: Estaba muerto. Se incorporó. Ahora no era más que una pieza sobre el tablero de juego, junto a la tarjeta, la bañera, el muerto y la mansión abandonada. Había tenido que ir hasta ahí para encontrar al hombre perdido en la memoria, para encontrarlo muerto en un lugar olvidado, presencia de una ausencia, fantasma real que habitaba lo deshabitado. Era una tumba. La tarjeta representaba la inscripción en la lápida. Salió despacio de la habitación andando hacia atrás, casi sin respirar; dejó que los muertos, y sus recuerdos, reposaran en el lugar que habían elegido. La partida había terminado en tablas.
Caput tympani XXVIa