XLV

Se hace difícil creer, parece una broma de mal gusto, que el lugar abandonado, la ruina, el objeto de rechazo que nadie quiere ni cuida, se haya convertido en un lugar de promoción personal, una oportunidad para obtener beneficios o ascender en la escala social. En consonancia con el auge del aprovechamiento de los residuos y el reciclaje, los despojos y desechos de la sociedad aparecen como una suerte de escalera de podredumbre, de cuesta de la miseria, a cuyos pies combaten todo tipo de personas, no tan sólo los situados más abajo, para obtener una migaja del botín, carrera contra el tiempo para conseguir apoderarse de lo poco que queda, la basura que otros no quieren. El desperdicio, la escoria, es la nueva medalla que lucen tanto los desposeídos como los bien situados, en un afán de sacar provecho, obtener un reconocimiento que la sociedad exige, por uno u otro medio. Es un fenómeno sorprendente, de tono humorístico, querer ser alguien, recibir la aprobación de otros, a partir de lo que no vale nada, de la acumulación de detritos; no deja de ser una buena muestra del fondo de la cuestión, de la verdad que subyace a la escala de aceptación, éxito ilusorio, que asienta sus fundamentos en el lodo, se yergue a partir de la basura, capaz de todo y de aprovecharlo todo para ser el sujeto que todos reconocen. El sujeto sin valores se apodera de lo que no tiene valor; a estos efectos, la captura de imágenes se parece más a un acto de rapiña que cualquier otra cosa, con el agravante que no se presenta como tal, sino bajo el disfraz creativo, la pátina artística, para los que todavía creen en el arte como producción de estereotipos. El fotógrafo de lugares abandonados es una especie en extinción, maldita; el tópico ha fagocitado la visión y el vidente, la presentación de las cosas, la gracia peculiar del mundo, ha quedado reducida a una representación. La pasividad sensible que caracteriza a la FOTOGRAFÍA, grabado de luz, se ha transformado en una actividad frenética de publicidad del sujeto que, para optimizar su función, aumentar las posibilidades de éxito, se dedica a COLOCAR cosas en lugar de VER cosas, con arreglo a estándares de composición. Como la imagen ya no es expresión de un punto de vista sino a la vez fin y un mero medio para poder situarse en el escalafón laboral o profesional, alcanzar cierta valoración, es mucho más fácil disponer el espacio y los objetos según lo estipulado que intentar encontrar algo que a lo mejor no aparece. Visión escolar del mundo, utilitaria, estandarizada, incapaz de ver y pensar a partir de su propia experiencia, precisamente porque el sujeto piensa en sí mismo antes que nada, por encima de todas las cosas, según lo que cree que los otros esperan de él; la puerilidad, la falta de atención al mundo, el desprecio a su manera de ser, provoca la esterilidad de la mirada. El MODELO previo mide el valor de la imagen, incluso la construye, según la lejanía o la cercanía a sus parámetros de evaluación. En realidad, la inmensa mayoría de las imágenes actuales no son sino copias con ligeras variantes, producidas en serie por millones de foto-trabajadores anónimos o destacados, en busca de un reconocimiento que, en la mayoría de los casos, nunca llegará, y en el resto tendrá un valor nulo. Una IMAGEN no tiene modelo ni puede tenerlo, es inmodelable, poco modélica; la única perfección que alcanza es la imperfección. Como en muchos otros ámbitos, el modelo está matando, sustituyendo a la cosa; la suplantación, la falsificación de la vida, el modelo como realidad de referencia, es el único valor que se promueve, incita y propaga. Es un suicidio productivo. A pesar de todo, el lugar abandonado tampoco tiene modelo, es justo la falta de modelo, aunque sólo pueda verlo aquel que deja a la entrada, en el umbral del abandono, sus pertenencias, la máscara social, esto es, la persona. No es una visión para sujetos de reconocimiento, es una visión impersonal, presubjetiva y, sin embargo, distinta, plenamente singular. Habrá que verlo.
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