XXII

Entró en la sala hasta llegar al centro. Permaneció tan inmóvil como las paredes desconchadas que le rodeaban. Después de inspirar y expirar el aire varias veces, cerró los ojos, levantó los brazos en cruz y elevó la cabeza al cielo. El eje de la tierra estaba sobre su cráneo; la vertical sobre la horizontal. Era imposible saber si el cuerpo giraba en el espacio o la bóveda del universo alrededor de su figura, cada vez más rápido, hasta que sintió el aleteo del frío y el vacío entre sus dedos; entonces su imagen desapareció como si nunca hubiera existido, se desvaneció como aspirada por los muros. Iba a entrar para comprobarlo otra vez.