XVII

Estaba lleno de polvo, impregnado de pies a cabeza de un olor sulfuroso como si hubiera salido de las profundidades del infierno; respiró unos segundos e inició el ascenso por la ladera pedregosa, llena de arbustos, situada detrás del edificio. Cuando apenas llevaba un trecho recorrido, de repente se dio cuenta. Había entrado y visitado tantas veces aquel lugar deshabitado, pasado tanto tiempo en su interior, que ya no sabía cuál era su casa, qué significaba realmente volver a casa. Con toda probabilidad, ya no había lugar en el mundo que pudiera llamar hogar, pertenecía a partir de ahora a la estirpe nómada y su pueblo habitaba al lado de las sombras, fuera de los caminos transitados. Reanudó la marcha, pensativo, y superó un pequeño muro de piedra que marcaba la mitad del camino.