IX

El explorador de lo insignificante, amante del abandono y lo abandonado, lleva una forma de vida ética porque tiene lo otro y lo desconocido como hábito; la única regla que sigue, al ser cualquier cosa excepto la misma cosa, al ser y sentirse otro, es comportarse en el exterior y con el mundo que le rodea de la misma manera que en el interior y consigo mismo. Todo es OTRO UNO, luego respeta y tiene cuidado de los lugares que explora con la misma intensidad y devoción con que se respeta y cuida a sí mismo, como si habitaran en el interior más oculto de su alma, formaran parte de su cuerpo. Comunión con el mundo y con el espacio, ideario de la exploración fundado en la equivalencia de la estética y la ética. No hacer ruido y mantenerse callados, porque el interior no habla y el mundo tampoco; silencio obligado para no perturbar la calma, el recogimiento extraño que reina en el lugar abandonado, en todo lugar de abandono. No ir con prisas, dedicarle su tiempo, detenerse de cuando en cuando para escuchar el silencio y cerciorarse de que estamos a solas con y en el espacio. No tocar, mover ni deteriorar nada, para que no se rompa el encanto de contemplar la acción del tiempo sumada a la ausencia del hombre, monumento incólume, y reine una VISIÓN fascinada, que deja indemnes las cosas, respetuosa, cautiva de la vida propia del lugar, que se funde en el entorno sin destacar. No ser visto, primar la invisibilidad, actuar como un exiliado en tierra extraña, un elemento invisible, siencioso, a modo de fantasma que atraviesa las paredes y no deja huella, hombre ausente en el lugar propicio de la ausencia del hombre. Guardar el secreto, permanecer en el anonimato, velar sobre todo para que lo desconocido siga siendo desconocido, otro para otros. Exilio, silencio, cuidado: la piedra angular de la exploración